REFLEXIONES SOBRE LA VIDA A BORDO EN EL MAR MEDITERRÁNEO

Versión original

Hace ya siete meses que comenzamos la aventura de nuestras vidas, viviendo y navegando a bordo de nuestro Marlin. Tras medio año explorando el Mar Mediterráneo, damos por cerrada esta primera etapa de navegación. Esto merece una reflexión sobre los momentos más destacados de este viaje.

HECHOS Y CIFRAS

Cuando uno se propone cumplir un sueño, es normal que surjan expectativas e ideas que, con el tiempo, pueden diferir de la realidad. Afortunadamente, no nos hemos encontrado con demasiadas sorpresas inesperadas, pero hay algunos aspectos de nuestra vida a bordo que sí merece la pena compartir.

1. Socializar: menos de lo esperado

Uno de los aspectos que más difiere de lo que imaginábamos antes de comenzar este viaje es la oportunidad de socializar. Pensábamos que conoceríamos a mucha más gente, pero, en realidad, las interacciones fueron mucho más limitadas de lo que esperábamos.

Al principio de la temporada, la mayoría de los fondeaderos estaban prácticamente vacíos, y en temporada alta, la mayoría de los barcos que encontramos eran de charter, lo que reducía las oportunidades de hacer nuevos amigos o compartir experiencias.

No obstante, tuvimos la suerte de cruzarnos con otros navegantes con planes similares a los nuestros al final de la temporada en Almerimar, donde pudimos sentir el verdadero espíritu navegante. En este puerto, muchos barcos invernaban y otros se preparaban para largas travesías, lo que nos permitió compartir experiencias y aprender de otros.

2. Tiempo para el barco vs. tiempo libre: un balance delicado

Antes de zarpar, leímos en varios blogs y foros que la vida a bordo es un trabajo constante, y no nos equivocamos: el mantenimiento del barco no tiene fin. Sin embargo, la cantidad de tiempo que realmente dedicamos al barco depende de varios factores. Muchos artículos aseguraban que el 80% de nuestro tiempo estaría destinado al mantenimiento, pero en nuestro caso, hemos logrado reducir considerablemente esta cifra gracias a la prevención y revisión constante del material.

Realizar mantenimientos regulares nos ha permitido evitar reparaciones costosas. De media, invertimos alrededor del 20% de nuestro tiempo en revisiones y pequeños ajustes, lo que no solo nos permite dedicar más tiempo a otras actividades, sino que también nos ahorra gastos inesperados de reparación.

Además del mantenimiento, hay muchas otras tareas que forman parte del día a día en el barco: desde la planificación de rutas y el análisis de los informes meteorológicos, hasta las compras, la colada y el aprovisionamiento. Nos sorprendió lo mucho que estas actividades pueden absorber nuestro tiempo. Incluso algo tan simple como desplazarnos en el dinghy entre el fondeadero y el puerto puede convertirse en toda una aventura.

Estas tareas cotidianas, sumadas al mantenimiento del barco, hacen que nuestra atención esté constantemente centrada en él. Algunos comparan este nivel de dedicación con el de cuidar a un bebé, y sinceramente, no nos parece una comparación tan exagerada. Por eso, para evitar la sensación de sobrecarga, hemos aprendido a desconectar de todo lo relacionado con el barco y a darle mayor prioridad a descubrir nuevos lugares y disfrutar de la aventura.

3. Espontaneidad vs. rutina

Cuando comenzamos este viaje, estábamos emocionados y ansiosos por escapar de la rutina diaria: levantarnos, ir al trabajo, regresar a casa, hacer algo, cenar y dormir. Nos entusiasmaba la idea de liberarnos de esa estructura y comenzar un estilo de vida más libre.

La vida en el barco no solo ha borrado esa rutina que conocíamos, sino que también nos ha enseñado que lo que en la vida cotidiana parece un plan sencillo puede convertirse en un desafío o, en algunos casos, en algo inviable en nuevos entornos o en circunstancias cambiantes.

El simple hecho de cambiar constantemente de lugar exige una gran cantidad de energía y esfuerzo mental, algo que no habíamos considerado antes. La libertad, por lo tanto, no es absoluta. Está condicionada por las condiciones metereológicas, las circunstancias inesperadas y las tareas organizativas necesarias para mantener el rumbo y la ruta.

Desde el principio, nos dimos cuenta de que tendemos a centrarnos demasiado en las tareas diarias y, a veces, perdemos de vista lo más importante: disfrutar del momento presente, que es la verdadera esencia de esta aventura. Para corregir esto, hemos tratado de ser más flexibles y menos rígidos con nuestras actividades diarias. Encontrar ese equilibrio no siempre es fácil y requiere un recordatorio constante, pero, a medida que lo vamos incorporando a nuestra rutina, cada vez nos resulta más natural y gratificante.

4. Estabilidad personal: cambios emocionales a bordo

Este es un tema del que nunca habíamos oído hablar en detalle antes de mudarnos al barco, pero pronto descubrimos que tiene una relación estrecha con el "desarrollo personal", un concepto que muchos navegantes mencionan después de largas travesías.

Aproximadamente después del tercer mes viviendo a bordo, comenzamos a notar un cambio en nuestra estabilidad personal típica de nuestras vidas cotidianas anteriores. La estabilidad ya no es una línea recta, sino que se asemeja más a las curvas de las olas del mar, con subidas y bajadas.

Factores que antes jugaban un papel crucial en nuestra vida diaria, como las amistades, las reuniones familiares o las actividades sociales y encuentros semanales, han quedado atrás, y han sido reemplazados casi exclusivamente por tiempo en pareja y momentos con uno mismo.

Este nuevo estilo de vida transforma la convivencia en pareja y la relación con uno mismo en una búsqueda continua de equilibrio, un desafío constante que, día a día, nos enseña nuevas lecciones y nos permite seguir creciendo.

5. Convivencia en pareja

La vida en pareja las 24 horas, los 7 días de la semana, es una experiencia completamente nueva para nosotros. En nuestros viajes previos de varios meses en la camper o con la mochila, ya habíamos tenido un primer vistazo a cómo sería vivir juntos en un espacio reducido. Esas experiencias tenían varias similitudes con la vida a bordo, pero también algunas diferencias que hemos ido descubriendo con el tiempo.

Desde que vivimos en el barco, pasamos la mayor parte del día juntos. Aunque llevamos cuatro años viviendo bajo el mismo techo, nunca habíamos compartido tantas horas seguidas como hasta ahora. Esto hace que la convivencia sea mucho más intensa y que la necesidad de tiempo para uno mismo sea mucho mayor.

Algo similar experimentamos durante los cuatro meses viajando en la camper, pero en ese contexto, la duración del viaje era inferior y la intensidad no era la misma. Cada día se sentía como unas vacaciones, y nuestra única preocupación era decidir qué lugares visitar, encontrar estacionamientos o buscar estaciones de servicio para repostar. Teníamos menos tareas de las que ocuparnos y eso nos mantenía la mente más libre para disfrutar del viaje en pareja.

La convivencia en el barco es mucho más intensa debido a varios factores. En primer lugar, la navegación requiere mucha atención y trabajo en equipo, lo que aumenta el esfuerzo físico y mental. Por ejemplo, las travesías largas implican un cambio de ritmo total, con turnos de noche, alteraciones en los horarios de las comidas, y más.

Además, como mencionamos anteriormente, hay muchos factores externos a los que debemos estar atentos constantemente, que a veces, reduce esa sensación de libertad. También, el tiempo para uno mismo en un espacio pequeño es más difícil de coordinar.

Para nosotros, la clave para gestionar estos desafíos es la comunicación y la flexibilidad. Cuando alguno de nosotros se siente preocupado por algo, lo hablamos abiertamente, proponiendo cambios que funcionen para los dos y que mejoren la situación. Este enfoque nos ha permitido mantener un equilibrio y disfrutar de la convivencia, a pesar de la intensidad de esta nueva forma de vida.

6. Reflexiones y aprendizajes

Cada día nos sentimos agradecidos por poder vivir esta aventura y por la libertad de hacer lo que realmente queremos. Momentos como ver el atardecer, caminar por la playa o desayunar con vistas al mar son mágicos y nos han enseñado a valorar inmensamente la simplicidad frente a lo material.

La vida en el mar nos ha hecho mucho más conscientes de los recursos naturales y las distancias. En los últimos meses nos hemos dado cuenta de que nunca hay una travesía igual que otra. Hemos aprendido a tomar decisiones rápidas en situaciones de riesgo y a mejorar nuestra preparación para lo inesperado.

La navegación, las condiciones meteorológicas y las constantes adaptaciones a un entorno impredecible nos han enseñado a ser flexibles y a vivir de manera más consciente. Aunque no siempre es fácil, cada día en el mar nos enseña nuevas lecciones sobre lo que significa vivir en armonía con la naturaleza.

7. Retos de navegación

En los primeros seis meses de nuestra aventura, hemos navegado más de 2.500 millas náuticas, distribuidas en diversas etapas de navegación.

La etapa más larga en el Mar Mediterráneo fue la travesía de Palermo, en Sicilia, a Mahón, en Menorca, un viaje que duró cuatro días. Esta travesía no solo fue significativa por la distancia recorrida, sino porque la tomamos como una oportunidad para entrenarnos como equipo y adquirir la experiencia para el cruce del Océano Atlántico.

Este trayecto fue particularmente importante para Noa, quien, con menos experiencia en navegación, necesitaba ganar confianza en travesías largas. Durante esos días, practicamos la navegación nocturna y los turnos de guardia. La conexión entre nosotros como equipo también se fortaleció, ya que en cada guardia y cada maniobra, aprendimos a comunicarnos mejor y a apoyarnos mutuamente.

Sin embargo, aunque la travesía Palermo-Menorca fue la más larga, no fue la más desafiante. La travesía de Zakhyntos a Siracusa, que duró apenas dos días, nos puso a prueba de forma mucho más intensa. Las condiciones del mar fueron mucho más duras: el oleaje constante mantuvo el barco en un movimiento imparable, lo que nos provocó mareos, falta de apetito y cansancio durante todo el trayecto. Las olas entraban en la bañera, por lo que estuvimos mojados de arriba a abajo toda la travesía. Fue duro e incómodo, pero esto nos enseñó a ser más resistentes y a mantener la calma.

Otro momento destacado no estuvo relacionado directamente con la navegación, sino con los límites de la naturaleza a los que nos vimos forzados a enfrentarnos: la DANA en Mallorca. Estábamos fondeados en la bahía de Pollenca cuando vimos previsiones de vientos superiores a 100 km/h que durarían tres días. Era la primera vez que nos enfrentábamos a un temporal de este tipo y no sabíamos exactamente cómo afectaría a nuestro barco. Cuando el viento fuerte y la lluvia comenzaron, nos dimos cuenta de que nuestra ancla no estaba aguantando, y lo mismo ocurría con los barcos vecinos que teníamos cerca. Al intentar arrancar el motor para salir lo más rápido posible en contra del viento, nos dimos cuenta de que no teníamos suficiente potencia. Así que tuvimos que cancelar esa maniobra y, en lugar de eso, virar el barco tratando de evitar colisión con los barcos a nuestro alrededor. Fueron momentos de tensión, con poca visibilidad y un riesgo. La experiencia y la intuición de Joseph fueron clave para tomar las decisiones correctas, pero, en algunos momentos, también fue una cuestión de suerte que lográsemos salir de esta situación sanos y salvos.

Estos primeros meses en el Mediterráneo han sido fundamentales para prepararnos, no solo físicamente, sino también mental y emocionalmente, para lo que nos espera en nuestra próxima gran aventura: el cruce del Atlántico. Cada desafío que enfrentamos nos ha enseñado algo nuevo sobre nosotros mismos y sobre cómo debemos abordar los retos venideros. Con estas experiencias, nos sentimos más preparados para lo que está por venir, y sabemos que la verdadera aventura está a punto de comenzar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *