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Durante nuestros últimos días en Tánger, aprovechamos para comprar alimentos y preparar todo lo necesario para nuestra siguiente travesía, que sería la más larga hasta el momento (600 millas náuticas) y marcaría el inicio de una nueva aventura en el Océano Atlántico: Tánger – Lanzarote.
Estábamos emocionados ante la idea de navegar en el Atlántico por primera vez. Sabíamos que los primeros tres días serían de poco viento, lo cual no era un problema para nuestro MARLIN, ya que tiene unas excelentes condiciones de navegación, sobre todo con poco viento. Sin embargo, lo que realmente no sabíamos aún, y teníamos mucha curiosidad por descubrir, era cómo se comportaría nuestro barco frente al oleaje. Mientras que las olas del Mediterráneo suelen ser bajas y cortas, las del Atlántico son generalmente más altas y largas.


A pesar de las previsiones de poco viento, salimos de Tánger con vientos del oeste de más de 20 nudos, unas condiciones típicas del Estrecho de Gibraltar. Al dejar atrás esta zona de vientos fuertes, viramos hacia el sur. Con menos viento y casi sin olas, finalmente pudimos disfrutar de unas condiciones mucho más tranquilas. De repente, vimos saltar muchos peces, así que decidimos lanzar el cebo para pescar nuestra cena. Pocos minutos después, notamos un ligero tirón en el sedal, pero lo ignoramos. Después de 20 minutos vimos que el movimiento se repetía y decidimos comprobar si había picado algo. Para nuestra sorpresa, un gran atún había mordido el anzuelo. ¡Era el primer pez de ese tamaño que pescábamos!
Aunque no nos sentíamos completamente preparados para sacarlo del agua, no teníamos opción si queríamos disfrutar de una buena comida en los próximos días. Joseph se puso los guantes y comenzó a tirar del sedal para colocar al atún en la bañera. Justo cuando lo trajo a bordo, una avispa le picó en el pie, y yo me quedé con el atún, que todavía se movía. Fue un momento algo caótico: Joseph buscando una herramienta para extraer el veneno del pie y yo terminando de lidiar con el atún.
Después de calmarnos un poco, comenzamos a limpiar y a filetear el atún. Nos sorprendió la gran cantidad de raciones que habíamos obtenido. Por suerte, tenemos un congelador para conservar el pescado durante los próximos días, semanas y años. Tras esta experiencia, una cosa quedó clara: la próxima vez, estaremos más preparados para la pesca y nos informaremos bien sobre todos los pasos antes de volver a lanzar el anzuelo.



Durante toda la travesía, disfrutamos de deliciosas comidas. ¡Nunca habíamos comido un atún tan fresco y sabroso!
Los días siguientes fueron muy tranquilos, con poco viento y oleaje largo y alto, típico del Atlántico. Durante un día entero estuvimos rodeados de una densa niebla, que dificultó mucho la visibilidad, sobre todo de noche. Fue la primera experiencia navegando sin ver prácticamente nada, con menos de 50 m de visibilidad. Además, esta niebla trajo una fina capa de arena roja, que terminó cubriendo nuestro barco de arriba a abajo.
En el cuarto día, el viento aumentó a 22 nudos, trayendo consigo olas más fuertes y cortas. Fue el momento ideal para poner a prueba el nuevo piloto automático, pero, lamentablemente, no la superó. En olas grandes no conseguía mantener el curso, lo que nos sorprendió, ya que el motor debería tener suficiente fuerza para mantenerlo. Joseph revisó la instalación y descubrió que unos tornillos estaban flojos porque una pieza no era lo suficientemente resistente y estaba algo torcida. Así que, ya teníamos la siguiente tarea para la próxima parada...



Tras cinco días y medio de navegación, llegamos a nuestro destino sin más sorpresas: la Marina Rubicón en Lanzarote. Aquí volvimos a encontrarnos con nuestros amigos del velero Vaquita y también a Janine & Micha de Sailing Seven, con los que ya habíamos pasado algún tiempo en Baleares y Almerimar. Durante casi una semana, aprovechamos para visitar la isla, terminar algunos proyectos del barco y reunirnos con amigos y familia. Fueron unos días muy completos y bien aprovechados, en los que no nos dio tiempo a aburrirnos ni un solo momento. En una cena con amigos, preparamos las últimas raciones de atún que todavía quedaban en nuestro congelador. ¡Fue un auténtico manjar que todos disfrutamos!




Nuestra siguiente y última parada en las Islas Canarias era Santa Cruz de Tenerife. Esta isla era también el último lugar que visitamos antes de navegar hacia Cabo Verde.
Durante dos semanas en el Puerto de Puertochico, nos centramos en abastecernos de alimentos para las siguientes semanas e incluso meses. Compramos mucha comida y agua, ya que en las islas de Cabo Verde y del Caribe, los precios son mucho más elevados. Esto supuso algunas habilidades de organización, no solo en cuanto a los productos, sino también a las cantidades y a las tiendas. En total, dedicamos unos cuatro días completos a comprar en diferentes supermercados y mercados municipales de Santa Cruz.
Por suerte, Carmen, nuestra amiga que vive en Santa Cruz, nos aconsejó sobre los mejores puntos de venta para cada uno de los productos de nuestra lista de la compra. Con ella también conocimos la auténtica gastronomía en los guachinches canarios, que tiene un sabor variado y especial. ¡Degustar las comidas típicas de cada lugar siempre ha sido nuestra mayor pasión!



El proyecto del piloto automático todavía no lo habíamos arreglado. Intentamos encontrar una empresa que se encargase de hacer una pieza más resistente, pero el precio estaba por encima de nuestras expectativas. Así que, Joseph invirtió un día de trabajo en laminar y reforzar la pieza que teníamos. De esta forma, nos ahorramos 600 €, casi la mitad de nuestro presupuesto mensual.
Aparte de realizar algunas tareas, durante estos días también alquilamos un coche para explorar la isla. Por supuesto, no podía faltar la visita al Parque Nacional del Teide, donde hicimos una ruta de senderismo, además de descubrir otros lugares de impresionante belleza natural, como el Parque Rural de Anaga y el encantador pueblo de Chamorga.






Otro de los momentos más especiales de nuestra estancia fue recibir la visita de algunos seguidores de nuestra cuenta de Instagram. Gracias a las redes sociales, tuvimos la oportunidad de conocer gente nueva durante nuestro viaje, compartiendo tardes inolvidables en el barco y en la isla, conversando sobre nuestras experiencias y descubriendo diferentes formas de vida.
El tiempo en Santa Cruz pasó volando y, en un abrir y cerrar de ojos, la fecha de partida se acercaba rápidamente. Se mezclaban sentimientos de emoción por la aventura que nos esperaba, junto con la sensación de que ya no había marcha atrás. El desconocimiento de lo que encontraríamos después de otras 800 millas náuticas era una mezcla agridulce, llena de incertidumbre pero también de nuevas experiencias que nos fortalecerían en nuestro camino.